[Imagen: vía Black and Wtf]
PARA LIQUIDAR un gran stock de abrigos, el señor Troelstrup —avispado comerciante de Copenhague— ideó una atrevida campaña publicitaria, forrar con ellos su almacén. Construyo un gran andamio que envolvía el edificio, a modo de humilde perchero, donde permanecían expuestos. Fue una inteligente táctica comercial, y un sospechoso ejercicio de "arquitectura" textil.
Sospechoso porqué la literalidad está reñida con la arquitectura y, más allá de la broma, no decimos que esto sea arquitectura (textil), como la acostumbramos a entender. Un ejemplo parecido sería un edificio que para evocar el mar tomara forma de vela. De manera inmediata provocaría nuestros recelos profesionales, «¡Es demasiado evidente!», exclamaríamos; aunque sería apreciado por gran parte de la población —¿De qué me suena esto?
Cómo se combina "comercialidad" con rigor arquitectónico es la paradoja que me interesa destacar. Por un lado, la arquitectura necesita conectar con el cliente/usuario, y la literalidad es un mecanismo útil. Pero por otro lado, por lo que tiene de disciplina artística, requiere de registros más profundos que vayan más allá de una primera lectura inmediata. Encontrar ese punto de equilibrio es lo que admiramos cuando se produce.
Y para acabar con la historia del señor Troelstrup, a las autoridades danesas no les hizo ninguna gracia su ocurrencia y la policía le ordeno desmontar el tinglado. No obstante, cuentan que la operación fue un éxito: los vendió todos... aunque no pasara a los anales de la arquitectura.