[Imagen: © Tom Mannion]
ENVEJECE lo que está vivo de verdad. Hacerlo forma parte del ciclo natural de renovación. Otra cosa es si este proceso de ruina física dignifica, o no, el objeto o persona en cuestión. Es aquí donde la conservación y el mantenimiento pueden evitar la decrepitud; en algunos casos, también extrañamente atractiva. Quizás porque admiramos todo aquello que resiste con tenacidad, hasta la extenuación, el paso del tiempo y el uso; aunque sepamos que es una guerra perdida. La ruina es inevitable.«El tiempo es el mejor autor; siempre encuentra un final perfecto»—Charles Chaplin
No obstante, para que la ruina sea memorable tiene que haber algo más que resistencia material y fortuna. Tiene que explicarnos una historia. Hablarnos de un tiempo, de un lugar... Transmitirnos un contenido emocional. Entendida de esta manera, la ruina es la casual destilación de una emoción. Y la belleza, lo que sentimos al contemplarla, su reflejo; ya que en arte las emociones se inducen, no se expresan directamente. Y es que, a veces, una pequeña arquitectura puede ser una Ruina con mayúscula.
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