[Imagen: © JCSP] |
«Me gustó siempre hablar de arquitectura como divertimento; si no se hace alegremente no es arquitectura. Esta alegría es, precisamente, la arquitectura, la satisfacción que se siente. La emoción de la arquitectura hace sonreír, da risa. La vida no»EN MI ÉPOCA de universitario, lo primero que llamo mi atención de Alejandro De la Sota no fue su obra, la aprecié más tarde, sino que era el primer arquitecto que veía que sonreía* en las fotos. Al menos en todas las que encontraba de él, que son pocas. Cosa rara en las de arquitectos y menos en las de los de su generación. Si sólo sonreía cuando lo fotografiaban o en su cotidianidad también era así: lo desconozco, ya que no le conocí en persona. El caso es que su sonrisa me fascinaba y todavía me causa la misma sensación. Que un arquitecto de su prestigio se "permitiera" sonreír, me daba confianza: le humanizaba. Era como si dijese: «El rigor es necesario para proyectar, pero no exageremos, relajemonos.» Como si se tomase el oficio, a diferencia de otros colegas, con distancia, ejerciéndolo alejado de la pomposidad; más con la capacidad de asombrarse de un niño, que como "experto" conocedor de la materia.
—Alejandro de la Sota
Él iba de la vida a la arquitectura y no al revés como sucede a veces. Tal vez porque intuía que para ejercer un oficio de manera competente, tan importante es la formación como persona, como la específica. Su sonrisa me transmitía esa calidad humana que después se traducía en sus proyectos. Una forma de enfrentarse a la arquitectura que hace que jugar, explorar, investigar estén tan presentes. Los elementos acostumbran a tener más significados de los evidentes —en toda (buena) arquitectura sucede lo mismo—: una puerta es tabique, una cercha es aula, un revestimiento metálico adopta características de uno pétreo, uno pétreo resulta ligero, ingrávido... Ver lo de siempre de manera diferente que tan bien explica J. Llinàs sobre De la Sota.
Otro recuerdo, éste sí de su obra —relacionado con lo anterior—, es sobre el banco de la entrada del Gobierno Civil de Tarragona. Hace años reconozco que me molestaba; me ensuciaba la pureza gemológica del proyecto. Después, con el tiempo, comprendí que se integra en el delicado equilibrio de la simetría del alzado principal; que en la sombra de entrada, es la manera de dirigirte sutilmente hacia la puerta; pero es que ahora, me he dado cuenta que unos cuantos edificios que me interesan tienen un banco para sentarse. ¿Por qué? Aún sigo buscando una explicación definitiva. Quizás porque son un gesto de cortesía, de humanidad; un espacio de transición que reconoce la presencia del individuo y de la ciudad; un lugar de reposo a medio camino entre uno y otra...
Este verano lo visité, por primera vez —a pesar de la proximidad geográfica—, y constaté que el banco era utilizado con la naturalidad que él lo debió imaginar. Dos hombres, más que probablemente tramitando su "legalidad" —ahora es Subdelegación del Gobierno—, lo ocupaban mientras mantenían una animada conversación. Me alegre mucho: ¡Qué mejor homenaje! De la Sota seguro que sigue sonriendo... y yo, también.
*Años mas tarde descubrí la cita que encabeza este escrito que confirmaba mis "sospechas".
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